Sacramento de la Confirmación
Fueron bautizados en el nombre del Señor Jesús, y habiéndoles impuesto las manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo (Hechos 19, 5-6).
El sacramento de la Confirmación es uno de los tres sacramentos de iniciación cristiana, que fortalece al bautizado con el don del Espíritu Santo y completa la obra del Bautismo, lo une más plenamente a Dios y perfecciona su vínculo con la Iglesia; imprime en el alma el carácter, signo de que Jesús lo ha marcado con el sello de su Espíritu revistiéndolo de la fuerza de lo alto.
La Biblia nos narra cómo los apóstoles, en cumplimiento de la voluntad de Cristo, iban imponiendo las manos, comunicando el don del Espíritu Santo, destinado a dar plenitud a la gracia del Bautismo: Al enterarse los apóstoles… de que Samaria había aceptado la Palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan. Estos bajaron y oraron por ellos para que recibieran al Espíritu Santo; pues todavía no había descendido sobre ninguno de ellos; únicamente habían sido bautizados en nombre del Señor Jesús. Entonces les imponían las manos y recibían al Espíritu Santo (Hechos 8, 15-17).
Este sacramento debe ser administrado únicamente por el Obispo o por un sacerdote designado por el Obispo, mediante la imposición de manos y la unción con el santo Crisma. El efecto de este sacramento es la efusión especial del Espíritu Santo, como fue concedida en otro tiempo a los apóstoles el día de Pentecostés.
Por la Confirmación nos convertimos en cristianos maduros, de una vida más perfecta, más activa, y en testigos de Cristo, capaces de transmitir y defender la fe. Es el sacramento que nos concede una fuerza especial al aumentar en nosotros los dones del Espíritu Santo, para confesar con valentía el nombre de Jesús y no sentir jamás vergüenza de la cruz.
